Es que tus ojos son,
soles donde tus rayos me calientan;
tu mirada, un bosque
encantado,
entre la prisa de las cosas,
tu no saber silenciar las voces que te poblaron,
serenidad y ternura
-pareciendo que se desliza-
como no pretendiéndola,
En ese ritmo de pureza,
Inquietud, hastío, tempestades,
Que obtuviste sin intuir...
Y te lo trajeron
-para moldear tus
maneras-.
Lacónica, amadísima
en el onirismo...
Cartas que me reparto
(como de si de ti vinieran),
Directo a mi corazón mal escrito,
manuscrita la letra de tu amor,
un dibujo de tu mano,
que empuja el agua de alivio,
cae como llovizna, lentamente,
sobre mis alforjas, para llenarlas.
Porque no conoces que,
soy un barco que no
puede navegar sin tu mar,
Derroche de un tiempo que no lo tiene,
Queriendo alcanzar,
la alegría
-permanente-
que me escondes,
Mientras me quedo en tierra,
anclo, me detengo.
Es porque no se evapora tu desdicha en mi boca,
mi consuelo, mis palabras, mis papeles...
Ese no coincidir en realizar el puente de esos sueños,
Que tantas veces dejamos ir
(como el humo de un tabaco).
Pero ahora me irgo, tomo aire,
respiro con mis fuerzas...
me pongo a esperar las mariposas,
Una señal, jardines
floreciendo,
tu volcán llevándose la desazón,
redimirme, revivir con tu lava,
un regalo definitivo,
una ofrenda a tus dioses, a los míos,
a los caminos tomados sin temple,
sin juicio,
cuando hemos desparramando nuestra copa,
a la salud de los que nos acompañaron,
abrazaron, amaron...
y brindaron con nosotros;
aunque,
debemos mirar,
la onda que íntima,
nos incita,
golpea el cristal,
bebernos,
lentamente,
el elixir de los dos.
Así cambiamos -posibles maravillas-
por nuestro festín.