No me dejes porque caen las vendas de la ilusión,
El día pierda sus colores,
O veas cómo no tengo mis llamas encendidas…
Aunque parezca que fenece mi ánimo,
Cargado de mi propia inclemencia,
Aún con el ruido de la cuchara estropeando:
Dulce sonido,
melodías de noche herida…
¡no me dejes!
No mates,
ni destroces mi alma al buscar tras los rastros,
Un poema que no existió, guiños de otros
-que no están-
Al adornarte,
para que te adoren -ellos- lejanos e inertes;
Que no hacen sacrificio de tolerar inviernos,
La intemperie, tu tempestad -inclusive-
Tu desgano y desdén.
Cuando mis rosa azul
del desierto,
Es devorada por los
rayos del sol,
Su aroma se pierde,
renuncian los sentidos ante mí
¿quién soy?
Y tu pequeño arco
iris, escondiendo,
sin contar conmigo,
el ámbar que derrapas,
me condena a no atraparme…
dando giros frente tu imagen magna.
Quise ésta libertad que me reseca;
Pero
¿qué es la libertad?
¿para qué me sirve?
¿acaso cadenas
reteniéndome de estar en tu cuerpo,
En tu corazón, en tus onirismos,
en tu secreta explosión?
¿qué es,
sino voy donde rumbo
deseo tomar?
¿Desgarro de tu
equívoco?
Que acaso me culpa
De inmóvil, enhiesto, infranqueable
Torpe, incapaz?
Quién sino soy,
más que,
glicinas que revisten,
avanzando por las paredes,
recordando la estela que dejaste?
Entre el conocimiento que adeudo
-Sensorial, sublime, espectral-
Tus ansias,
ojos tiernos que miran
el fondo las almas,
para ver,
cómo crece la hierba
sin que pueda sembrarla,
la táctica de decírtelo que impido,
-eso que oprime mi corazón-
el silencio rompiendo exiguos placeres,
los que cierras, los que no pruebo
-cómo serían contigo-.
Entre tu distancia, Tú y yo,
levantándose tu gesto, tramando:
ofrendas,
Que repartes de tu de nardos,
Claveles, jazmines, violetas,
De los que no soy su
dueño…
Pero no me dejes:
el vivaz color,
el brío del aroma de maleza,
aún no salió a
saludarnos.
Ni me pienses fuera de tu paraíso…
ni con mis errores,
Un legado de la llamada “consciencia”
Porque:
No conseguirás vislumbrarme,
Mientras nos diluimos:
Fuera del esplendor,
que sería nuestro, inagotable,
cual susurro del viento que enamora,
Su fragancia que se puebla en recorridos,
Y podría macerar los días como remanso,
Y cantarían nuestras
glorias.
Y no lo sabes,
pequeña mariposa de ensueño
¡cuánto espero que
liberes, aguas cristalinas,
a raudales en mi
fuente!
No me dejes, porque
parezco silente,
Y porque casi inmóvil me veas en desmedro de mí,
Y porque en ti quiero llenarme del paisaje sagrado,
Que un artista esculpió tu cuerpo,
El fuego, tu estupor,
tu piel como la gracilidad de la magnolia,
Tu voz sugiriendo la miel,
trasluciendo ternura,
Que de ti no llega y ansía mi ser,
Poseyéndome en el llamado,
Dividiéndome entre lo que soy y,
habitar en tus luces.