Entre la vehemencia, el ahogo,
la sutil desfachatez, mi insolencia,
mis caudales, los ramos me crecen
Despierto al viento que me toma arropándome,
en arrullo, el candor de su estadía,
para decirme,
e indicarnos la calma de la certeza
-de esperar el brote de la vida-:
e invitarte a cálidos susurros,
que recorren las almas del tiempo que maduró,
de los días bebiendo el cóctel del paraíso,
tomarnos los frutos de nuestras pieles
regando de caricias y dulzor...
llenarnos de nosotros y abrigarnos,
y el sueño con ojos abiertos para derramarte
-siembras de felicidad al caer una tarde sobre las manos-
como racimos que se desgranan...
uno a uno al arrancarlos de la parra.
¡Oh lejana y cercana capacidad!
-de envolver-
el mundo en
"tu mundo".
Vivo cada momento,
pensando que no habrá
más que armonía,
sonando como violines
-una melodía que se entrelaza-
el lenguaje sagrado de la paz
-sin cansancio de rutinas-
prolongándose:
en el beso, tu abrazo,
tus pasión y el vaivén:
meciendo tu cuerpo de éxtasis,
explotando cuando renazco
(al encontrarte en los territorios)
donde dibujaré
"la burbuja"
que se elevará alto, muy alto:
con mi corazón que te llevará
a gritos y euforia,
aún,
cuando cuando ni una palabra me salga,
y no pueda escribirte,
ni retratarte en imaginerías
y deba renunciar a mí
-para dejar el espacio a
otros colores que me precederán-
abandonando éste,
mi precedente de ser,
y pintarte por completo
"antes que todas las campanas nos llamen".